Chile entero salía a las calles a celebrar la que sería considerada la hazaña deportiva del siglo, y a su ejecutor, el mejor deportista chileno del siglo XX. Su puesto lo conservaría por cuatro semanas, y lo perdería al no poder defender el título del Abierto de Montecarlo por una lesión.
Más tarde, el 10 de Agosto del mismo año, recuperaría el número uno del mundo por dos semanas más y terminaría Ríos el año 1998 como número dos del mundo.
La importancia de este logro deportivo, desde mi punto de vista, es mucho mayor que las medallas de oro alcanzadas por Fernando González y Nicolás Massú en 2004, sin desmerecer a estos últimos. Y es que para alcanzar el primer puesto del ránking mundial en el tenis, se requiere forjar una carrera, en cambio para alcanzar una medalla olímpica sólo se debe ganar un torneo, no muy diferente a los normales del circuito de la ATP.
Debemos pensar que sin un Marcelo Ríos número uno del mundo, tal vez no tendríamos a un Fernando González entre los Top Ten o copas mundiales por equipos. El ejemplo de Ríos enseñó que cuando queremos, los chilenos podemos, y le mostró al mundo que Chile existe en el ámbito deportivo mundial, y que pisa fuerte.
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